Cannabis medicinal: ¿Mito o realidad?

Por Manuel Guzmán

Manuel Guzmán es Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Complutense de Madrid, miembro de la Real Academia Nacional de Farmacia y miembro del Comité Directivo de la International Association for Cannabinoid Medicines. Su investigación se centra en el estudio del mecanismo de acción y propiedades terapéuticas de los cannabinoides, especialmente en el sistema nervioso. Dicho trabajo ha dado lugar a más de un centenar de publicaciones en revistas internacionales especializadas, así como a varias patentes internacionales sobre posibles aplicaciones terapéuticas de los cannabinoides como agentes antitumorales y neuroprotectores. Colabora habitualmente con agencias de evaluación y financiación científicas.

La reciente decisión del Senado de Canadá de abrir las puertas a la regulación del consumo recreativo de cannabis constituye un acontecimiento histórico para un Estado soberano perteneciente al G7. Desde 2001, este país ya había implementado a través de "Health Canada", su Ministerio de Sanidad, uno de los primeros y más ambiciosos programas de dispensación de cannabis medicinal a nivel internacional.

A dicho programa siguieron otros (por ejemplo, en Países Bajos, Israel, Alemania y Uruguay) y, de un año a esta parte, diversos países de todo el mundo (por ejemplo, Suiza, Grecia, Luxemburgo, Portugal y Reino Unido, por mencionar algunos en Europa Occidental) han ido avanzando en el camino de la aprobación del uso terapéutico del cannabis y sus derivados. Todo ello vuelve a traer a la opinión pública y los medios de comunicación el vivo debate sobre el uso clínico de los preparados de la planta. Y, en nuestro entorno más cercano, se reabre la ya sempiterna pregunta de: "¿Para cuándo el cannabis medicinal en España?"

Aunque el cannabis se ha empleado medicinalmente desde hace al menos cinco milenios, los aspectos precisos de cómo actúan en nuestro organismo sus componentes activos (los denominados "cannabinoides") no se dilucidaron hasta los años 1990. A partir de entonces, la investigación científica sobre estos compuestos ha experimentado un auge espectacular, gracias a lo cual hoy en día conocemos bastante fidedignamente cómo actúan en el organismo los cannabinoides y cuáles pueden ser algunas de sus aplicaciones terapéuticas más inmediatas. Sin embargo, las restricciones legales que existen desde hace decenios para investigar, prescribir y dispensar derivados del cannabis han dificultado enormemente el estudio del potencial terapéutico de esta planta, de manera que, en la actualidad, no existen muchos trabajos que cumplan exhaustivamente los criterios metodológicos necesarios para ser considerados ensayos clínicos controlados. A pesar de ello, algunos de estos ensayos clínicos, junto con numerosos estudios observacionales, han aportado importantes granos de arena al campo y, de forma general, apoyan con bastante consistencia la utilización de estas sustancias en el tratamiento de los síntomas asociados a diversas enfermedades.

¿Qué conocemos hoy en día acerca del potencial terapéutico del cannabis? Debemos sopesar en primer lugar, como para cualquier fármaco, cuáles son sus efectos terapéuticamente relevantes respecto a sus efectos adversos no deseados. Con respecto a estos últimos, los estudios clínicos llevados a cabo con preparados de cannabis y con cannabinoides purificados revelan que su perfil de seguridad es más que razonable y que los efectos secundarios como somnolencia, desorientación, confusión e hipotensión que pueden ejercer en algunos pacientes suelen caer dentro de los márgenes aceptados para otros medicamentos.

A pesar de ello, el uso clínico del cannabis y sus derivados es todavía limitado. El efecto terapéutico que en primer lugar se estableció formalmente para los preparados del cannabis y los cannabinoides purificados fue la inhibición de las náuseas y los vómitos en pacientes de cáncer tratados con agentes quimioterapéuticos. Así, desde hace tiempo se permite en EEUU y otros países la prescripción para esta indicación de cápsulas de Marinol (medicamento compuesto de Δ9-tetrahidrocannabinol, el cannabinoide más potente de la planta) y Cesamet (medicamento compuesto de nabilona, un derivado sintético del Δ9-tetrahidrocannabinol), así como la dispensa de muestras estandarizadas de cannabis medicinal. Entre otros usos clínicos del cannabis podríamos destacar el tratamiento de cuadros de dolor crónico de muy diversa etiología (neuropatías, artritis reumatoide, fibromialgia, dolor oncológico, etc.). De hecho, el Sativex, un aerosol oro-mucosal compuesto por una mezcla de dos extractos de cannabis, uno rico en Δ9-tetrahidrocannabinol y otro rico en cannabidiol, está aprobado en Canadá para la atenuación del dolor asociado a la esclerosis múltiple y al cáncer. Además, los cannabinoides han mostrado utilidad terapéutica en la espasticidad asociada a la esclerosis múltiple (el Sativex se puede prescribir en numerosos países para esta indicación), así como en la caquexia o síndrome de desgaste (pérdida masiva de peso) que tiene lugar en enfermos de cáncer o SIDA.

Existen otras posibilidades terapéuticas de los cannabinoides que todavía se hallan en fases más tempranas de estudios clínicos, aunque no por ello poseen necesariamente menor importancia. Entre ellas, la que en los últimos años ha tenido mayor repercusión no sólo clínica sino también mediática es el empleo del cannabidiol para la atenuación de las convulsiones en epilepsias pediátricas refractarias. De hecho, el Epidiolex, un medicamento que contiene cannabidiol como principio activo, acaba de ser aprobado en EEUU para dicho fin.

¿Es el cannabis, como afirman algunos, la "aspirina del siglo XXI", esto es, una panacea y remedio para la curación de innumerables dolencias? ¿O es, por el contrario, como claman otros, una planta sin utilidad médica e incluso maldita, que "vuelve loco" y abre las puertas al consumo de drogas duras? Obviamente ninguna de las dos aseveraciones parece verosímil. El hecho de que existan en casi todos los rincones de nuestro organismo moléculas específicas que reconocen los cannabinoides y median sus acciones hace que el potencial terapéutico (al menos teórico) de estos compuestos sea amplio, especialmente en el caso de enfermedades "huérfanas", para las que no existen aún terapias eficaces.

Sin embargo, en algunas otras afecciones, para cuyo tratamiento ya se dispone de fármacos bien establecidos, los efectos de los cannabinoides suelen ser de una potencia relativamente moderada. Ahora bien, merece la pena destacar que los cannabinoides combinan acciones muy diversas que, aunque cada una de ellas pueda ser leve en intensidad, en conjunto permiten combatir distintas dolencias simultáneamente y, por tanto, "matar varios pájaros de un tiro". Sirva como claro ejemplo de ello el tratamiento paliativo de los enfermos de cáncer, en los que el cannabis y sus derivados pueden, por ejemplo, inhibir las náuseas y los vómitos asociados a la quimioterapia, atenuar la pérdida de apetito, aliviar el dolor, disminuir la ansiedad y combatir el insomnio.

A pesar de que, al menos sobre el papel, los medicamentos que contienen cannabinoides purificados poseen un perfil farmacológico más estandarizable que las preparaciones crudas de la planta del cannabis, estas últimas (en forma especialmente de aceites, para administración oral, o flores, para administración vaporizada) resultan casi siempre mejor toleradas por los enfermos. Ello es quizás debido a que en la planta existen compuestos, como el antes mencionado cannabidiol y quizás otros cannabinoides y algunos terpenos, que pueden potenciar algunos efectos terapéuticos y atenuar algunos efectos secundarios del Δ9-tetrahidrocannabinol. Claramente, distintos medicamentos en general y distintos preparados cannabinoides en particular pueden tener mayor o menor beneficio clínico en distintos pacientes. Nunca deberíamos, pues, olvidar que cada enfermo es un ser humano único y como tal merece ser tratado.

En el actual escenario español, los usuarios terapéuticos de cannabis suelen encontrarse sumidos en una gran inseguridad jurídica y sanitaria debido a la falta de un sistema regulador que permita el acceso seguro a preparados estandarizados de la planta. Este hecho conlleva una importante carencia tanto en la información recibida por los pacientes y sus cuidadores como en la formación del personal sanitario (médicos, enfermeros, psicólogos y otros especialistas) ante el consumo medicinal del cannabis.

En definitiva, los nuevos vientos que parecen soplar en el mundo, concretados en las regulaciones sobre cannabis medicinal ya implementadas -o en vías de serlo- en muchos países, ponen claramente de manifiesto la necesidad de que las administraciones gubernamentales españolas revisen las obsoletas restricciones legales que todavía impiden decidir libre y abiertamente a muchos médicos y pacientes sobre una práctica que, por otro lado, es cada vez más habitual en nuestro entorno.

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